El insomnio me posee noche tras noche, llenando el vacío de mi cuerpo cada atardecer. Por el contrario, en el amanecer, soledad es mi única compañía. Todos los ruidos me saben sordos, ninguno sabe besarme la piel como tus susurros antaño. Ninguno conoce el modo de provocar ese cosquilleo detrás de la oreja.
Quizá te extrañe, pues lo desconozco. Sólo sueño despierta con tu mirada, con tus mudos ojos verdes llenos de palabras atrapadas tras tus retinas. Eso, eso era lo que de verdad conseguía hacerme sentir completa. Un cruce de miradas que lo desvelaban todo. En nuestro mundo no existían las palabras, se sustituían por hechos, momentos, caricias por tu ardiente espalda.
Sin tocarte, sin un ligero roce de pieles sabía, conocía, podría jurar, que no había más fuegos. Acababa de encontrar mi todo, mi nada, el "por qué".
Tú lo tenías todo, poseías la nada que invadía mi todo. Me hiciste, en un segundo, recobrar lo que había perdido y era incapaz de encontrar. Eras mi faro en los días de tempestad, mi refugio en días de tormenta. Ahora sólo eres la tormenta que destaca mi torpe manera de enamorarme de cada gota de lluvia.